Cuenta conmigo (Stand by me), Rob Reiner 1986

¿Cómo puede haber crecido tan mal Wil Wheaton? Podía haber sido una estrella del porno y haberse tirado a Julian Moore o un asesino en serie en Wall Street. Pero no. Es Wil Wheaton. Figura importante de la comunidad friki y nerd, -palabra de Wikipedia-, propietario de una editorial independiente, activista político desde su poltrona guay bloguera, defensor de los matrimonios homosexxxuales en EEUU, fanático de los juegos de rol, jugador profesional de póker, popular por su aparición en la serie Star Trek, escritorcillo y archienemigo de Sheldon Cooper en The Big Bang Theory. En serio, ¿qué diablos le pasó? Por ejemplo, River Phoenix sí creció bien: músico, vegano y drogadicto. Aquí hace de niño viejo, -premonitorio- uno de esos que debieron nacer ya con cara de viejo, como Lao Tse, y que con once o doce años ya fuma y se mete en la boca esos hierbajos como los tipos duros de los western. Un niño que ya reniega de su pasado es como la piedra que primero salta por el agua y luego va a la mano. Pero no, Wil Wheaton se convirtió en otra cosa. Algo parecido a lo del protagonista de los Goonies, el del inhalador y la ortodoncia. (Vale, no iba a llegar muy lejos, pero acabar como hobbit secundario no entraría en sus planes). Pero es lo que hay.

La película no está mal, entretiene. Una de esas sobre mocosos pre-adolescentes que se meten en un buen lío -para ellos la aventura de sus rutinarias vidas- y que acaba convirtiéndose en una lección vital. ¿Y a mí por qué no me pasaron cosas así en la infancia? Aventura y aprendizaje, al menos para Wil Wheaton, que es quien hace de narrador en flashback. Por cierto, que el actor que le interpreta de adulto no cuela. Ya le vaticinaban un futuro triste. 


Por si interesa, está basada en un relato de Stephen King, por lo del cuerpo. Otros ingredientes son el ambiente gazmoño y opresivo de pueblo americano, asfixiante, como un sumidero del que no puedes escapar. “Escapar de aquí”, es lo que se respira en los 89 minutos de cinta ochentera americana. Las familias desestructuradas (palabra que mola mucho decir en los institutos de hoy), padres alcohólicos (tan Carver) o padres ausentes que piensan más en el hijo modélico que murió que, claro, en Wil Wheaton. Por cierto, John Cusack imberbe haciendo de triunfador no es tan creíble como el looser de la tienda de discos. El final del verano funciona como metáfora de otro final más trascendente: hay que hacerse adultos. Aunque algunos directores se empeñen en poner niños montados en bicicletas por todos lados.

Enkidu y Gilgamesh. Aquiles y Patroclo. Will Wheaton y River Phoenix. ¿Se entiende? Además, aparece el gordito bocazas y asustadizo, y el concepto ochentero de friki encarnado en Corey Feldman, un tipo rarro rarro (digna de ver su transformación en alien) con gafas muy grandes, extrañas tendencias suicidas y un padre que no está ni se le espera con fama de loco en el pueblo. Y los chicos mayores, los matones. Los abusones. Los antagonistas. Los padres son los ausentes. Ellos son los malos.

Y para acabar lo diré, me gusta. Me gusta cómo está narrada. Me gusta la amistad, aunque no sea tal. Como escribe Carlos Pardo, no hay amigos sino momentos de amistad. O algo así. Aquel día de aquel verano sucedió algo. Y ya está. La vida sigue. Todos crecemos. Nos quedamos calvos. Perdemos el contacto. Y nos convertimos en Wil Wheaton, todos somos Wil Wheaton.

Comentarios

  1. Esta crítica es incluso mejor que la anterior. Sólo un apunte, puede que la amistad no sea tal, pero si los momentos de amistad son sinceros, algo queda, para siempre.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares