Destrucción de la mañana, José María Fonollosa

Escribe –supuestamente– José María Fonollosa el 9 de agosto de 1962 a José Luis Cano, en respuesta a una carta previa, lo siguiente: 

Aunque no lo parezca, me ha costado mucho llegar a esta "falta de poesía", a este ascetismo del lenguaje, a este buscar el alma de la poesía, despojándola de adornos, aun de los más efectivos. [...] Estoy decidido a no hacer ninguna concesión de ningún tipo, buscando producir el impacto emocional con el mínimo posible de elementos tradicionales en el poema. Será una obra pura auténticamente libre. [...] No puedo, no debo hacer concesiones; tengo que llegar a la concisión, la síntesis máxima, a la clave de la poesía; pero no por la imagen brillante, sino por el caudal emotivo de la situación, con el uso de palabras sencillas en las que también, como en todo, hay poesía.

Esta economía de medios respondería a la voluntad de llegar al lector. Hablarle en palabras que entienda, de cosas en las que se reconozca, para, quizás, decirle que está solo pero que no está tan solo. La poesía, tan minoritaria, siempre ambicionando la comunidad. Y a la comunidad se llega, parece, sin hacer concesiones, con la oralidad y empleándose en aquello que nos hermana: la soledad de quien llega de noche a casa. 

El libro Destrucción de la mañana, según el mismo Fonollosa, lo forman los poemas que iban a ser la primera parte de una trilogía que completarían Los rezagados y Tú, cotidiana. La soledad intelectual, la soledad física del que va solo por la vida y la soledad física del que va acompañado por la vida serían, respectivamente, la temática de cada uno de estos libros. Un proyecto silencioso condenado a quedar inconcluso. 

El propio título, Destrucción de la mañana, contiene ya, como una transposición, la pesada contienda del corazón que, con su incesante sístole y diástole, parece recordarnos la naturaleza conflictiva de nuestra existencia: acción y reacción, presencia y ausencia, vida y muerte. Dos polos en difícil convivencia que vuelven a repetirse en la misma estructura de los poemas. Por ejemplo, el poema número 12:

Si pudiera volver a mi pasado...
Quizás en mi pasado ella sí estaba
y yo no supe verla. Está tal vez
en él aún esperando y yo lo ignoro.

No es posible volver. Nada es posible.
Es todo tan distinto a lo soñado.
He de seguir en mi hoy. Confuso. Solo.
Aislado. Limitado yo a mí mismo.

La primera persona, recordada con insistencia, contribuye a que el lector se sienta dentro de un poema que comienza con el "si" condicional y el "pudiera" subjuntivo, ambos elementos que liberan el discurso del presente y lo levantan a un tiempo soñado, deseado, imposible. El yo divaga con una posibilidad que nace, quizás, únicamente del anhelo irrealizable. 

La segunda estrofa devuelve al sujeto a su realidad, le fija los pies en la tierra. Solo es real el presente, un hoy desprovisto de ese aire de ensueño en el que por un momento roza la ilusión de una esperanza. Un presente al que se vuelve en soledad, enclaustrado en las cuatro paredes de nuestro interior, marcadas aquí con la repetición de los pronombres de primera persona "yo" y "mí".

Fonollosa crea su obra en estricta coherencia con su poética. Una poética desnuda, desposeída del cansado lirismo, sin ornamentos metafóricos o léxicos, para retratar al individuo y su condición de aislamiento e incomunicación ante la cual, en poética contradicción, estos poemas quieren ser remedio. 



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