Cartero, Charles Bukowski

Alienación. La maquinaria opresiva del sistema. Vida tortuosa. Autodestrucción. Follar. Todo con un leit motiv de fondo: el trabajo os hará esclavos. El cinismo de Chinaski es hijo de su época: una rebeldía sin fuelle que invierte los valores y por eso se vuelve épica para coger con pinzas. Palahniuk antes de Palahniuk.
Chinaski condensa parte del descontento y la desorientación del individuo posmoderno, hedonista, borracho, materialista, vacío, inmoral, mujeriego, alguien que hace de la ausencia de expectativas una hoja de ruta del estancamiento. Nihilismo lúdico, pues la vida es juego de opresión que exprime carne y huesos a cambio de algunos billetes: la zanahoria delante del caballo. La lógica de Chinaski, dentro de una marginalidad tan moralista como vivencial, es tener siempre un pie fuera, por si hay que saltar y empezar de cero, sin saber muy bien en qué consiste empezar de cero.
El sueño americano queda retratado en su vertiente de sociopatía y de enajenación. El saldo siempre sale negativo. La existencia se hace caricatura de sí misma, broma del tiempo, ni muy fría ni muy caliente. Chinaski el lúcido, el borracho. La carrera delante de los búfalos, el perro idiota sonriendo entre sus orines mientras es colonizado por miles de moscas, las macetas de geranios cayendo del cielo en plena agitación sexual con la segunda esposa, una pueblerina de Texas, millonaria y ninfómana.
La acumulación por inercia, casi como trámite ritual, de lo que se supone son los hitos de la vida: trabajo, matrimonio, hija, divorcio. Un hilarante contrapunto a la grisura cotidiana que esconde el pánico a terminar ahogándonos en la banalidad reinante. Un intento de escapada. Saberse pisoteado es un estado de conciencia. Si no puedes huir, siempre queda la risotada grotesca. Me recuerda a las disparatados relatos de Tsutsui, salvando las distancias.
La risa nos hará libres. La carnavalización bajtiniana fondeada en un mar de residuos plásticos. Un modo de resistencia, de individualización, incluso a pesar o por encima del propio individuo. Chinaski, siguiendo el análisis carnavalesco, sería un cuerpo en disolución, dos cuerpos en uno: entre la cuna y la tumba. Este cuerpo agonizante ha hecho nido en sí y no puede estar mejor.
Bukowski, como su alter ego Chinaski, trabajó once años en el servicio postal americano. Un editor le prometió un sueldo vitalicio de 100 dólares, lo que le permitió dejar el trabajo primero entregando cartas y luego clasificándolas y dedicarse a la escritura. Elegí morir de hambre, dijo él. Un mes tardó en escribir Cartero, su primer libro publicado con casi 50 años. No murió de hambre, sino de leucemia con 74 años.

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Fuente: Rhetorikos
«Me las arreglé para salir de la cama, entré en la cocina, llené una taza con agua y luego, acercándome a la jaula, se la arrojé.
–¡Mamones! –les dije.
Me miraron aturdidos con sus plumas mojadas. ¡Se habían callado! Nada como el viejo tratamiento del agua. Se lo había copiado a los psiquiatras.
Entonces el verde con el pecho amarillo agachó la cabeza y se picoteó las plumas. Luego levantó la cabeza y empezó a gorjearle al rojo con el pecho verde y los dos siguieron de nuevo. Me senté en el borde de la cama y los escuché. Picasso se acercó y me mordió en el tobillo.
Hasta ahí llegue. Saqué fuera la jaula. Picasso me siguió. 10000 moscas levantaron el vuelo. Puse la jaula en el suelo, abrí la puertecita y me senté en los escalones.
Los dos pájaros miraron la puertecilla. No conseguían entenderla. Podía sentir sus mentes minúsculas tratando de funcionar. Ellos tenían allí su comida y su agua, ¿pero qué era ese espacio abierto?
El verde con el pecho amarillo fue el primero. Saltó a la puerta desde su trapecio.
Se sentó agarrando el alambre. Miró a las moscas. Estuvo allí 15 segundos, tratando de decidirse. Entonces algo se iluminó en su pequeña cabezuela. No voló.
Salió disparado hacia el cielo. Arriba, arriba, arriba. ¡A lo más alto! ¡Veloz como una flecha! Picasso y yo nos quedamos allí sentados mirando. El condenado bicho se había ido.
Quedaba el rojo con el pecho verde.
El rojo fue mucho más indeciso. Dio vueltas en el suelo de la jaula, nerviosamente.
Era un infierno de decisión. Los humanos, las aves, todo el mundo tenía que tomar estas decisiones. Era un juego duro.
Así que el rojeras daba vueltas y más vueltas pensándoselo. Luz del sol. Moscas zumbonas. Hombre y perro mirando. Todo ese cielo, todo ese cielo.
Era demasiado. El rojeras saltó al alambre. 3 segundos.
¡ZOOP!
El pájaro había volado.
Picasso y yo recogimos la jaula vacía y entramos en casa.

Dormí bien por primera vez en semanas.»






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