Un ser de lejanías, Francisco Umbral

[Notas apresuradas]

1. Hay en este libro cierta irregularidad propia del carácter proteico con que fue concebida, a imagen del autor: alguien que no cree en el resultadismo, ni en la especulación, ni en nada, pero que, llegado el caso, pueda creer en todo a la vez. Con excelente visión de juego, el autor cambia de banda sin venir a cuento, por el gusto de hacerlo. Como las gacelas Thompson y su manía de saltar, inexplicable científicamente, una poética llevada a la práctica: lo hacen porque pueden. Y, quizás, para prolongar la sensación de levedad, la distancia que les separa de la tierra, acumulando segundos de ingravidez hasta que el paréntesis exceda al texto. 

2. Textos que sencillamente son endecasílabos encadenados («Mujer calcificada por su mito, / esculpida hacia dentro, guarnecida, / purísima por siempre, sin contacto, / mientras le arde en el pelo la lujuria / y su cabeza escapa dando gritos», página 180). Más que prosa poética, endecasílabos juntos: su canto a la mujer frígida tiene un soniquete de latón, una cojera de Campoamor, suena a Padrenuestro colegial. Obituarios elegíacos, teoría estética, semblanzas de escritores, reflexiones destempladas, pasajes oníricos, mujeres. Todo cabe como excusa para lo importante: escribir la escritura. Umbral llega a decir que él mismo no es sino un soporte para este libro. Como Dios lo es para las catedrales. Pintar la pintura, musicar la música, escribir la escritura. Umbral memorialista. Y la metáfora irracional; todo un alegato a favor de la metáfora que hacen de este un libro programático que lleva a la práctica una determinada visión de la literatura. Como dice en el prólogo Sanz Villanueva, Umbral finalmente consigue lo que se propone: escribir la escritura. 

3. Cela y Marina, Pedro J., Ansón, José Hierro, Chillida, Borges, Aznar, Umbral y María: un friso con relieve de la España de la época. Hay una decadencia y un cansancio en medio de una vida de jet, multitudes y eventos. Como en La gran belleza de Sorrentino, aquí el personaje Umbral, que se ha fundido con el autor Umbral o que directamente lo ha engullido, ve las cosas alejarse con una extraña mueca tan familiar como indescifrable. 

4. Trilogía junto a Mortal y rosa y El hijo de Greta Garbo, el libro dedicado a la madre (hijo, madre, y uno mismo), escrito en una madurez lúcida, desencantada y libre de tributos y filiaciones. Umbral dice que en Las ninfas aún su voz estaba atada a ciertos compromisos con la realidad de los que consigue librarse en Mortal y rosa. La literatura es el reino de la libertad. Por eso Umbral se siente libre para denostar a Baroja y en general a cualquier autor que cometa excesos de realismo y con un cuadro de anemia de metáforas. No importa el tema (todos los temas han sido ya tratados), solo importa el procedimiento. La literatura como finalidad. 

5. Perfil dionisíaco, mirada sentimental, de un hedonismo lúgubre. Hay pasajes que no engañan: un puñado de endecasílabos y heptasílabos amontonados, tono elegíaco o celebratorio, que es lo mismo, un abalorio de metáforas trenzadas a la velocidad de unos latidos desacelerados. El bardo canta lo que se pierde. «Los libros, tantos libros, me he deshojado en libros queriendo decir algo, escribir algo. Fuera ello lo que fuese, ha quedado sin decir. Por eso hago este libro, buscando de nuevo la palabra no dicha, la palabra más mia, que será la de todos» (página 176). 

6. Consciente de su condición de muesca en una serie, Umbral se niega a sí mismo para afirmarse por medio del lenguaje. El lenguaje lo utiliza para escribirse. Por eso, solo es lenguaje y emoción, «idioma y fornicación». Su esfinge de dandi, con pechera colorida y orgullosa (dijo, cuando ganó el Nadal, que al Nadal le dieron un Umbral), de una bravuconería tristona, otoñal: «Me miro en los escaparates, nunca en los espejos». «Entre el mono y el dandy». Un impostor tan real y agigantado que se echa de menos a sí mismo y a su reguero de amantes perdiéndose por los sumideros del tiempo. 

6. Libro íntimo, interior, confesión, autobiografía, memorias y diario donde se prefigura lo póstumo, ese «pájaro de ceniza, breve pájaro gris, gorrión del alma» que ya está ensayando el vuelo. Un ser de lejanías es alguien que ha perdido la actualidad, que va perdiéndose a sí mismo. Escribe Umbral con bisturí preciso, tiene el lenguaje como un guerrero tiene su espada, como un jinete su caballo o un orfebre sus manos. Umbral es su escritura, Umbral es escritura. Por eso el tema es lo de menos, porque lo importante, lo esencial, es desplegar las alas blancas del idioma en que navega su lejanía, tan cerca, luz plata de siglos, guiso pobre hecho para los perros, que no acuden, por el placer de guisar. Todo lo que hace el escritor es literario, incluso vivir.

Comentarios

Entradas populares