Cosas que pasan, Alejandro Pedregosa


Cosas que pasan parecería obra menor pero no. Aquí tenemos al observador en esencia que es todo buen escritor. El que hace pasar por sencillo lo complejo, arte en el que Pedregosa es perro viejo, como podemos ver en el mismo título. Las cosas que «pasan» puede hacernos pensar en un carácter efímero de la existencia, lo rutinario pasajero que, sin más, se nos escapa entre los dedos. Pero también con las cosas que «pasan el filtro» que es la mirada del escritor; que trascienden y que, pasando, han merecido este libro. Y si tan solo estamos ante cosas que vulgarmente «pasan», es decir que ocurren, no es menos importante una circunstancia inexcusable: la atención de quien, al observarlas, (nos) las ilumina rescatándolas del río del anonimato.

Esta colección de textos mínimos recuperados de Facebook –algo que ya hizo con cierto éxito Manuel Vilas– nos acerca a la espontaneidad de la estampa costumbrista, incluidas las evocaciones de familia llenas de nostalgia y sensibilidad, o la crítica política. No la de Congreso, sino la que supura nuestra domesticidad en cada gesto cotidiano. Y sobre todo, el humor, un humor blanco, con retranca pero sin resentimiento, certero más por la sencillez que por la aparatosidad. El humor localista de la malafollá granadina pero también un humor de la conciliación, que nos recuerda que la integridad es también un ideario y una política. Este humor, tan cerca del amor en su expresión de civismo, solidaridad e independencia ideológica, es sin duda una de las virtudes literarias y extraliterarias de Pedregosa.

El oficio de escritor se filtra por estos microtextos como la luz del mediodía entre unas hojas: transmitiéndonos un afecto. Y nos llega una vitamina escrita que equivale, si no a un abrazo, al menos a un rato de charla con Pepo, para quien las anécdotas bien pueden ser el soporte necesario de esa integridad que empareja literatura y vida. Pienso que quizás Pedregosa se ofrezca mejor en este librito que en cualquier otro de sus prósperos libros, previos y quizás venideros, precisamente por eso: por anular la pared que encajona la escritura y la separa de la vida. Y pienso que el abrazo, sí, finalmente llega, se siente en estas cosas que pasan con las que Ubú hace su debut editorial como un salvavidas de excepción al que deseamos larga vida y agradecemos la lección que, más o menos, diría algo así: la literatura, las más de las veces, es una cuestión de atenciones y afectos.

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