La autoría de Tizón: Plegaria para pirómanos (3)


El humor, la ocurrencia, el gag. Tan adecuados para un neurótico de manual, a lo Woody Allen. Y lo inconcluso, el mosaico desconcertante, la interrupción, la manía del artefacto. Porque Tizón, qué le costaba, podía terminar lo empezado, transitar los caminos, tan hollados, del sentido, refrenar el impulso de experimentar con el texto y, de paso, con nuestras humildes expectativas, nuestra frustración de manual y nuestro complejo de lector poco experimentado o poco dado al experimento.

Como digo, tanta agilidad verbal es un don y un peligro. El interés, le diríamos a Tizón, está siempre en el terreno de lo confiable. Fiarnos a la pirueta es simpático pero al final volvemos al hogar de lo que comprendemos y donde somos comprendidos. La mano que nos acaricia mejor es de carne y hueso. Mejor a la manera tradicional. Sobre todo para que no parezca que la cosa pierde fuelle, que la pirueta es más escapismo que preciosismo.

A no ser... A no ser que quisiera escenificar el fracaso –volvamos a Erizo– en la propia lógica del relato. Sea como sea, el juego es lo primordial. Algo que no debería desencajar en nuestra sociedad de ludópatas vocacionales si no fuera porque su juego, el de Tizón, comporta una autoría, iza una bandera, deja un sello, presume de distinción. Es salirse del relato (como despertarnos abruptamente, qué necesidad) para desarmarlo a capricho, con instinto de coleccionista y alma de cierto aristocratismo, lo diré: enervante.

Comentarios

Entradas populares