Las higueras necesitan compañía, Rafael Pérez Hernando

Antes de pagar, mi hijo me dice: «¿En serio ese libro vale 22€?» Estamos frente a la dependienta, que me extiende el ticket de compra. Quizá como respuesta a su mirada semi-inquisidora y a algún comentario suyo, digamos, por alusiones, le respondo en tono de disculpa: «aún no conoce el contenido».

A la mañana siguiente, aún en la cama, leemos algunas de las breves notas que forman este libro con título tan prometedor: Las higueras necesitan compañía. Le explico un poco el estilo, la gracia, el aire. En sus palabras: de qué va. Me dice: «Pues está chulo». Y yo reparo en que bien podría ser un libro infantil. En que lo es, porque vuelve a mirar el mundo con los ojos de un niño y que a eso se refiere Carlos Pardo en su extraordinario prólogo cuando dice que salimos de él «con la mirada limpiada». «Qué 22€ más bien invertidos», pienso mientras mi hijo está leyéndomelo en la cama. 

«Podíamos dibujar un árbol con malos pensamientos, por ejemplo, un árbol que diga: “¿Y si me atropella un coche?”» Me dice mi hijo cuando ve ese tentador espacio en blanco de todas las páginas. Y con estas palabras hace oficial no sólo su visto bueno a la compra sino también algo así como un reconocimiento espontáneo del potencial creativo que comporta el arte del vaciamiento, la lección de humildad y de mirada atenta que aquí encontramos, o donde nos encontramos de nuevo, en este libro sin edad que nos propone un impagable redescubrimiento de las cosas más simples: andar, observar, vivir.



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