Coños, Juan Manuel de Prada

Juan Manuel de Prada, a quien un tórrido día creí vislumbrar como un saurio paseando su monumentalidad por la calle Fomento, ocupa ya un sillón de honor, quién lo duda, en la santa cofradía del coño. Tiene esta afición al coño una muchedumbre de seguidores, nostálgicos y también presentistas, una muchedumbre solitaria, pues es algo que se llora en la intimidad. En eso, en abrirse como una flor impúdica de lenguaje, JMP ha dictado la lección. Recuerdo cómo su monumentalidad rebosaba una diminuta acera de Fomento y cómo su acompañante, también su coño, ataviados con un suave vestido de una pieza, no tenía más remedio que precederlo, al modo de una gacela codiciada, o sucederlo, fingiéndose harén cumplidor o coche escoba de aquel aura sudorosa, sicalíptica, prehistórica y, según imaginé, algo tristoncilla, derritiéndose bajo la rotunda canícula del asfalto madrileño.

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