Louie y Wilson

Ayer terminé la primera temporada de Louie. Y lo hice igual que se termina una cerveza: con la acrimonia de un trago que deja un sabor sin frescura pero necesario. Fue una cerveza de tres días, dosificada en madrugadores y discontinuos tragos, con un ojo puesto en la pantalla del ordenador y otro en el animalillo que abrigaba en mis brazos. Lo mismo con los oídos. Empecé la serie por recomendación encarecida de un amigo, uno de esos con los que se han compartido muchas miserias y algunas alegrías. Como tal, sabe de qué va la cosa y acertó de pleno. Louie es ahora otro amigo con el que comparto muchas miserias y algunas alegrías. 

Creo que Louie, la serie, debe de tener un público ideal que ha rebasado una línea. No me imagino a un veinteañero entendiendo la serie. Los dardos que lanza son para pechos adustos que han conocido o empiezan a hacerlo pesadas losas, cortantes abstracciones, como las del tiempo, la edad, la tristeza y la soledad. Tener conciencia del fracaso existencial se me aparece como un requisito indispensable para sacarle todo el jugo a este personaje.

Durante los primeros episodios se me vino a la mente otro personaje con el que enseguida encontré un parecido, aunque con reservas. Se trata del Wilson de Daniel Clowes, ese desgraciado y miserable ciudadano, convicto, egoísta, arisco e hiriente. Como él, aunque Wilson sea mucho más cafre, Louie es un cóctel de contradicciones. Una incesante búsqueda que parece haberse instalado en la conciencia de su inutilidad. 

La intro es brutal: Louie, Louie, you're gonna cry, Louie, Louie, you're gonna die. La serie en sí, si le quitamos la ligereza del humor, se queda en una estampa demasiado cruda para no ser real. Es la misma estampa que encontramos un día en nuestro bolsillo al cumplir cierta edad. Al mirarla nos vemos. Al escuchar a Louie nos entendemos. Eso es lo terrible y lo gracioso. 











Comentarios

  1. Tomaré nota de la serie. No la conocía. En cuanto a los animalillos, les gusta mucho que nos dediquemos a tareas intelectuales o de ocio, siempre y cuando los tengamos abrigados entre los brazos

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    1. Pues ya soy todo un experto en hacer tareas intelectuales mientras observo o acojo al animalillo. Escribir en el teclado, leer o mover el ratón son tareas que ya domino, incluso con la mano izquierda, mientras en la otra tengo al mini yo. Espero que vaya valorando esto, no quiero tener que culparlo en un futuro de una existencia anodina y convencional.

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