Agujero, Hiroko Oyamada


Una simbología del desasosiego (los agujeros escarbados por animales misteriosos, la plaga de comadrejas, la pesadilla con el pez arowana, la nieve anunciadora: la naturaleza siempre recordándonos nuestros compromisos éticos con el mundo y con los demás) para exponer una desorientación vital: sentirse fuera del sistema y bajo una fuerza hostil, que es la fuerza que impone la tradición en forma de convenciones y tácitos contratos. Simbología con bordes kafkianos para expresar por la vía de lo intuitivo lo que atañe a una razón a veces roma y necesitada. Una especie de correlato objetivo lleno de vagas pero eficaces sugerencias con las que la premiada Oyamada sitúa la novela en esa niebla de lo anímico, que con tanta elegancia recurre a la imagen onírica y obsesiva para desplegarse.

Comienza este libro introduciéndonos con suavidad en el mundo propio de Asa que, por muy extraño que nos resulte, se nos muestra convincente en su intimidad, de una proximidad casi carnal (el espíritu empieza en la carne). Con sus dudas, la fingida inocencia, su fragilidad y sobre todo su atención a lo pequeño, como si lo cotidiano fuera siempre el lugar donde se revela el misterio. Y la gracia del misterio es permanecer inadvertido, indeterminado.

El misterio solo se revela a quien está atento. Y Asa reúne los requisitos. La precariedad laboral y las costumbres de una sociedad que se dice femenina en lo espiritual pero que cuya estructura piramidal sigue siendo eminentemente masculina, se ceba aquí con la mujer –víctima de una silenciosa opresión económica, social y familiar–, limitada y arrojada al reducto interesado de la sensibilidad, ese agujero que es emocional pero que viene impuesto por circunstancias externas muy concretas. Oyamada las deja al descubierto con su original crítica a la despersonalización de las relaciones humanas en una sociedad nipona llena de paradojas. La incomunicación con el marido queda perfectamente representada en el corte transversal que supone el cambio del punto de vista narrativo de ella a él, como queriéndonos ofrecer una panorámica completa y esclarecedora.

La emancipación de la mujer no consiste en negarse ni en librar un forzado combate de roles, sino en reivindicar una emoción verdadera, en situarse plenamente en esa fortaleza de lo frágil, y lo frágil aquí es ese hijo, ese fruto y emblema de la mujer, que traza así el círculo taoísta: el bebé es la máxima expresión que surge de conciliar vulnerabilidad y fortaleza. El gran logro de este libro quizás sea situar por encima de todo la sutileza, es decir, el estilo. Como si el fondo fuera inconcebible por sí mismo sin el auxilio de la forma, hasta el punto de que la forma termine siendo un doble fondo donde guardar aquello que no se dice pero se intuye. Esa es la sutileza del mundo fielmente representada en la escritura.


Comentarios

Entradas populares