"El monje negro", Antón Chéjov


De la íntima relación entre locura y lucidez, y entre ambos y la felicidad. Así podría titularse este cuento, en caso de llegar a convertirse, como quizás ya lo es, en una pieza encubierta de ensayo filosófico. La plenitud, continuaría nuestro opúsculo, vendría dada como espejismo autocomplaciente, algo que, situándonos en la piel de nuestro complejo Kovrin, protagonista de “El monje negro”, nos haría sentir únicos, distinguiéndonos así de la grey, del mismo rebaño que por todos los medios ( y por todos los miedos) tratará de devolvernos a nuestro estado normal, a la mediocridad, que intentará y logrará reconducirnos de vuelta al redil, pues el rebaño juzga peligroso cuanto se desmarca y, al loco, prefiere el melindre, el vicio y lo fatuo.

Tiene este relato un aura de romántica bruma, algo de esa inclinación decimonónica por la ultratumba, en la figura legendaria y espectral del monje negro. Como esa Muerte de Bergman, el doble, un doppelgänger amistoso y ebrio de luz, nos permite entablar la verdadera conversación, instrumento quizás de nuestra fantasía de hombres exhaustos y nerviosos, tal vez de nuestra sed de infinito. Ese anhelo de trascendencia es como un eco nuestro que nos confiere comprensión y una elevación espiritual de la que el rebaño, herido en su orgullo, nos hará caer estrepitosamente.

Y, pese a su trágico destino, el genio, incluso por vía alucinatoria (pensemos en el mítico don Juan de Castaneda), vendría a ser beneficioso para la comunidad, pues su esplendor moral e intelectual tolera, y aun ama, las menudencias con que se desarrolla la vida común. Transforma lo irritable en seductor, la bonachonería en bondad, la irascibilidad en pasión. 

Los cuentos de Chéjov hacen de monje negro para nosotros, o digamos que en la medida en que consigan hacerlo, recibiremos, siquiera como fruto de nuestra imaginación exaltada –de la suya propia de la cual somos instrumento–, unas pocas gotas de sabiduría y entusiasmo. Algo que roce por un momento, el rato que dure la lectura y su resaca, la felicidad que siempre anda de la mano de la belleza.

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