"Las novias cuando nos dejan", Carlos Frontera


La escritura de Carlos Frontera suele ser un festín del humor que pugna consigo mismo por ponerse el bozal, por contenerse. Un humor a base de metáforas y de un lenguaje muy expresivo es precisamente el tono escogido, incluso, como se verá, para expresar la tragedia.

En “Las novias cuando nos dejan” destaca el dominio de un uso en apariencia coloquial de la lengua («lo mismito que», «despatarrar la maleta sobre la cama», una maleta, por cierto, «bien hermosa», «ponerse tremendas [las novias]») y una estudiada estructura que parte de la generalización, del nosotros al yo y al particular caso que con mucha sorna y mucho ingenio nos presenta.

Anunciado el yo, o sugerido en los rasgos de estilo mencionados, ahora toca presentarse. Primero, caracterizado en la relación con sus padres, una relación enmarcada en digamos un costumbrismo naif de la ligereza: la habitual falta de comunicación real que consigue situaciones cómicas muy logradas. Segundo, en los tics y el proceder del yo ante lo que parece una sucesión de rupturas amorosas como eje vital: las conductas estrafalarias, las manías del yo, revelan el trasfondo: el tratamiento (auto)paródico. Ahí está la originalidad, ahí el alarde. Presentar el trauma con una sonora risotada. Concebir la tragedia como una representación, una puesta en escena para la galería, como si, lejos de afectarnos, nos procurasen la oportunidad perfecta para dar rienda suelta al yo maniático, al cínico incorregible, al neurótico feliz que llevamos dentro.

Y ahí, en el juego gratuito, es donde Carlos Frontera sale más que airoso del lance narrativo. Cuanto más sofistica la tontería, mejor logra una profundidad que, las más de las veces, aparece como sacada de una chistera. Así, podemos entrever una elegía por la imposibilidad de redimir el pasado, los errores de ayer que nos comprometen hoy, bajo una cáscara de desbordante creatividad. Lo lúdico como lubricante para lo trascendente.

Conjugar todos estos elementos, hacerlo con medida, incluso con brillantez, es la señal del verdadero ingenio. La audacia de contar. Un ejercicio de autoficción que desestresa al yo porque le confiere el don de la flexibilidad, lo relaja convirtiéndolo en broma, en ficción, en la oportunidad de perdonarnos, aunque sea literariamente, aunque sea un cuento.


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