"El perro azul", Carlos Frontera



Hace algunos años se publicó un libro casi en voz baja, un libro inmerecidamente olvidado. Se llamaba Tener una vida, su autor Daniel Jándula y la editorial Candaya. La idea inicial era espléndida: un agujero en la pared, cada vez más grande, que se traga absolutamente todo. La desorientación vital del protagonista, inmerso en una de esas crisis silenciosas que solemos encajar como meros reajustes de expectativas y rutinas, ese estado de quiebra interior, quedaba magistralmente sugerido en la potente imagen del agujero omnívoro en el salón de casa.

En el breve relato “El perro azul”, Carlos Frontera recoge el guante y sorprende con un planteamiento tan sencillo como efectivo, a la manera de un Jándula que, a la sazón, confesaba su admiración por el raro genio de Kafka, autor del extrañamiento que tampoco es desconocido ni mucho menos desafecto para Frontera. Precisamente con la naturalidad ante la extrañeza, así es como procede Frontera realizando una inversión de lo kafkiano por mor, más que al distanciamiento, a la reconciliación. La escritura de Carlos Frontera, kafkiana pero también spinoziana por vocación, se muestra como una mano tendida, como un abrazo ofrecido, por necesidad y por generosidad, una mecánica de esperanza ante el desamparo.

Ante el desamparo y sus agravios, está la opción de lo carnavalesco. Algo, por supuesto, muy del gusto de nuestro autor. Inversión de términos que equivale a subversión y, de paso, a diversión. Una manera de hacerle un quiebro al desahucio íntimo, de darle esquinazo con la sonrisa triste pero irónica, a veces de circunstancias pero siempre curativa.



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