Abierto, Juan Marqués


Abierto
Juan Marqués
Pre-textos, 2010
Premio Internacional de Poesía “Gerardo Diego” 2009


Abierto comienza con una cita (… una vez más, traté de refugiarme en lo abierto) que, además de servir como clave de lectura, da también el título a este libro. La cita pertenece a la célebre carta del austriaco Hugo von Hofmannsthal, carta-ficción que en realidad constituye una iluminada reflexión sobre los límites del lenguaje y que concluye con la renuncia expresa y definitiva, por parte del autor Lord Philip Chandos, a toda actividad literaria. La incapacidad de la poesía para penetrar en el interior de las cosas y, sin embargo, su potencialidad para dejar salir el interior de los seres. En esta tensión, de alcance lingüístico y filosófico, en que se debate el personaje Chandos, parece haber construido Juan Marqués su personal refugio de palabras.

Lo abierto, en expresión de Hofmannsthal, acoge esa dispersión que nace de la fractura de una unidad que tal vez ni siquiera llegó a ser tal. Esta fractura de la percepción supone el reconocimiento de la abrumadora realidad de las cosas. Algo así como la náusea de Camus, lo abierto se presenta de sopetón cuando accedemos a las cosas multiplicadas en más cosas de manera que resulta una tarea desmotivadora tratar de apresarlas en un único concepto. La mirada simplificadora, fraudulenta, no comprende ese mundo de palabras flotantes a nuestro alrededor que finalmente no puede más que remitir a un vacío de la expresión y de la voluntad. Y de ese vacío, a una soledad que Hofmannsthal define así: “me sentía como si estuviera encerrado en un jardín con estatuas sin ojos. Hui de nuevo a espacios abiertos”. Vila-Matas escribió a propósito de este tipo de “escritores del no” su Bartleby y compañía. Lo interesante es que ese vacío viene a ser, en realidad, la forma más elevada de participación, de presencia en los objetos y en el mundo.

Abierto, de Juan Marqués, transcurre por este filo de la escasez. El lenguaje goteado, racionalizado, como los saltitos de un pájaro, para no caer en sus trampas. Los elementos cotidianos y el motivo del comienzo son visibles en poemas como “Agenda”:


Madrugar, caminar y leer bien.
Desayunar contigo.

Morir atropellado por un ciervo.


Hay en Abierto un propósito –un comienzo- de desordenarlo todo para encontrar un nuevo orden, más natural, más atento a lo frágil y lo bello. Un asomarse a lo desconocido, a ese nosotros en que apenas reparamos. Y esa bella inversión, como un alegato verde, de morir atropellado por un ciervo.

El punto de partida es el cansancio. Esta nueva mirada y su distanciamiento se fijan en el artificio detrás de lo visible. Pretende alertar sobre un sueño que nos mece y nos vuelve dóciles, mansos: el mundo se ha creído su canción. // Y seguimos su ritmo, dócilmente, / como si nos fijase. (p.12). Cansancio que se parece a ese malestar latente del que hablara Baudrillard, pues, como él, engendra esa diminuta revolución de los espacios y los objetos domésticos. Para reinstaurar el orden de cosas es necesario recordar las limitaciones de nuestra existencia: “Nada que no sepamos: // Que resulta imposible despegar / hasta que no termine de llover” (p.13). El orden primigenio que aparece en el desorden histórico. Eso es lo bello. Y lo sencillo: quitarle peso al mundo para devolvérselo otra vez. Celebración de un presente radical que alberga toda mística: “Benditos sean ellos porque hoy, / ahora, / en esta playa nuestra todo es oro, / y cada cuerpo ocupa su presente, / y la vida está tierna, / y tus pezones saben como el mar.” (p. 14).

La actitud abierta requiere de una lentitud y una atención hacia lo más nimio. Somos –volvemos a ser- niños que pisan charcos: “Subo un escalón / y subo un escalón / y me detengo” (p. 15). Despojamiento e inocencia que encuentra en los objetos un refugio. Sólo hay que asomarse al espectáculo: unas hojas arremolinadas por una ráfaga de viento son “un jardín en el aire”; la estampa costumbrista de año nuevo sugiere más de lo que hay: “Salen los niños. / Lanzan latas vacías / al horizonte” (p. 18).

Los poemas están resueltos con elegancia y sencillez. El poema prescinde de mayor artificio quizás porque el artificio somos nosotros. Y ese nosotros es la retórica del mundo como poema, que se dirime, como una operación a vida o muerte, en los tres segundos que tarda en pasar una ambulancia por Madrid y recordamos, pedimos un deseo, como en el poema “Fugaz” (p. 21).

Las conexiones entre nuestro interior y el interior de los objetos devuelven esa unidad fracturada a la que aludía con Hofmannsthal. En el juego de conexiones, de palabras flotantes, la identidad también se desvanece, todo es provisional e intercambiable, y este vivir de umbral en umbral no hay que buscarlo en ningún manual de mística:

Lo único bueno de tener un nombre
es saber que se puede
prescindir de él.

Lo estoy pensando cuando te incorporas.

Has dormido fatal
y ahora quieres ponerte mi jersey.

(Poema “Identidades”, p. 24)


Abierto está construido a partir de conceptos como el cambio, la mutación o el reinicio. Un lunes, un día de año nuevo, una agenda, un calendario, un laberinto, las cajas de una mudanza, la mochila de quien viaja en tren… todos estos son motivos que aparecen a lo largo del libro y que hablan sobre la necesidad de establecer íntimas conexiones entre nosotros y las cosas. De esta manera nos aproximaríamos a algún lenguaje invisible que pudiera servir de punto de partida para la verdadera comunicación. Un ejercicio de mirada y, por tanto, una reconstrucción del objeto observado y del mismo observador. Poemas breves y concisos, pero al mismo tiempo densos y laberínticos, con una clara conciencia del lenguaje que deviene en reflexión sobre la tarea poética: “Para la poesía / basta con la atención y la prudencia / de no querer tocar lo que no es tuyo.” (p. 42). Poemas que siempre dicen más de lo que hay y que por eso exigen que se lea, tanto como lo escrito, lo no escrito y que, sin embargo, está latiendo.

Juan Marqués nos invita en este meditado libro a permanecer en ese estado de alerta, pero humilde, a cuestionarnos si nuestro modo de ver no es en realidad un modo de no ver, y lo hace mediante poemas con conciencia del lenguaje, del propio poema y de la misma existencia en y por el lenguaje, en y a través de la poesía. Abierto es un buen libro de poesía que pide lecturas que lo sigan tejiendo y destejiendo, sin apresuramientos, con más interrogantes que certezas, sabiendo que lo que cuenta es, tal vez, encontrarnos durante la búsqueda.

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