Trenes de Europa, José Martínez Ros
Trenes de Europa
Fundación
José Manuel Lara
Colección
Vandalia
2010
Una pila de libros a punto de caer, esta es la vida
José Martínez Ros
Dos citas preceden a este libro en
tres partes que dicen mucho y bien sobre la piedra que Martínez Ros ha pulido
en forma de viaje, de introspección y de poesía. Largo poema unitario de tono
coloquial, meditativo y elusivo, poemas medidos no en sílabas contadas sino en
golpes de autoridad emocional. Hay que celebrar esta poesía heredera de una vasta
tradición a la que se suma sin grandes aspavientos, con un leve gesto de
levantar los hombros y seguir andando. Las citas: “los trenes avanzan y
nosotros envejecemos”, de Pynchon; y “Ser de un mundo perfecto donde el hombre
es extraño”, de Cernuda.
Es significativo que el lugar común
más repetido a lo largo de este libro sea un no lugar: las estaciones, las salas de espera. Escenarios
limítrofes donde se cumple el dicho heraclitano de que lo único que permanece
es el cambio. Fragmentos de un mundo en descomposición para saldar cuentas con
uno mismo: la memoria, la identidad, el mundo.
Jugando a la casualidad podemos unir
los versos primero y último de este libro: “Soñaré con Europa / flor de nunca y
de nadie”. Más allá de la referencia mitológica, Martínez Ros crea su propia
mitología urbana en ese extraño lugar llamado uno mismo. Y uno, con
paradas para subir o bajarse, llega a otro
que, a su vez, es la breve intersección en un juego especular más parecido a un
plano de metro que al happy end de
nuestra moderna mística comercial.
La peripecia, mínima, justa y, por
qué no, intrascendente, se filtra por los largos poemas confesionales, armados
a veces sobre una estructura reiterativa que reproduce ese fluir de la
conciencia hacia atrás, como una celebración melancólica de un sueño del que
hemos despertado bruscamente: “la sensación de despertar en medio / de un
espacio cambiante (¿pero hacia dónde y qué?) / mientras nada sucede” (p.24).
Y durante este trayecto por un “país de
ficción” -¿nosotros mismos?-, la firme constatación de una ruina motivo de
análisis minucioso: “Mientras tú duermes / pienso en nuestra huida (…) pero,
dime, ¿qué sientes?, / ¿odio, miedo?, dejamos muy atrás / nuestros antiguos
cuerpos, los nombres caducados, / ¿desesperación, ira?, seguimos adelante /
para dar coherencia a un trayecto / que no hemos elegido” (p.24). Ese negocio que
no compensa los gastos, -así definió la madre de Schopenhauer la vida-, tiene
unas coordenadas difusas entre el sueño y el olvido, y en ese espacio es donde
Martínez Ros despliega hábilmente su cartografía del mundo, una intimidad
desdoblada en este tiempo de escisión donde la historia se rescribe
obsesivamente “en busca de una esencia, de un centro, de un refugio”.
La dualidad del viaje: lo que
permanece frente a lo cambiante, lo vivido frente a lo vivible, el mundo frente
al yo, lo real frente a lo realizable: “… soy al mismo tiempo quien sostiene tu
hombro, / tu cabeza rendida, y quien te evoca / antes de descubrirte con un
libro / de Leopardi en el pecho…” (p.25). Lo único que salva este balanceo
confuso es la voz del tú, -“Y es tu
voz la que salva nuestro viaje”- como la poesía es salvada por el lector, el
amor por el depositario, el sufrimiento por ese hueco que queda como altar.
La búsqueda de una salvación por la
palabra me parece un sentido plausible de este poemario que transcurre por
estaciones de paso en el viaje que va de un hombro a otro hombro. Una certeza
nacida del vacío y del casi ruego de que
no sea un sueño. Porque los sueños no tienen por qué aparecérsenos como la
amenaza infantil sino como el atisbo de una trascendencia, y ahí no cabe el
miedo: “Es un cuerpo, ¿por qué le tienes miedo?” (p. 29). El miedo, también
invención humana, nace cuando nos preguntamos qué camino correcto no he tomado. Miedo a la elección errónea,
miedo a ser quienes somos. Como el turista de mil rostros que hojea una guía se
convierte en estructura variable cuya
supervivencia se basa en su esencial inestabilidad. Ese turista que viaja
sin saber lo que busca, y lo que busca es el contacto con el único destino
posible, motivo de toda huida, única certeza de un mundo de variables: “el
tiempo es una llama cristalina / que cruza terminales, muelles, salas de espera
/ sin hallar más destino que tu cuerpo” (p.33).
El esfuerzo por convencerse de que
no todo ha sido en vano, la voluntad de disolución del yo y su conciencia, el
anonimato de sentirse extraños que viven entre extraños, el aviso de un tiempo
devorador, el lamento por la belleza perdida y la imprecación a que esto dure… Martínez Ros reelabora
tópicos fácilmente reconocibles en este personal viaje iniciático -citando el prólogo del también poeta José Luis Rey-, a través de
la irrealidad de los recuerdos, en busca de ese país inocente de Ungaretti, o
más bien en la contemplación del lugar vacío. El mérito es que su voz condense
todo esto y además convoque el sentir de esa mayoría unánime de otros en la que acaba por integrarse con
esta elegía de siempre y de todos.
Publicado en Tendencias21.
Muy amable reseña, caballero.
ResponderEliminarPor cierto, a mi tambien me gustan Grant Morrison y Jeff Lemire
Hola José. Me alegro de que te haya gustado. Fue un gusto hacerla y, por supuesto, leer el libro. Un abrazo.
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