Sobras, Maite Dono

Sobras
Maite Dono
El Gaviero, 2013


UNA APROXIMACIÓN

La lectura de un poema como estructura incompleta, como improvisación en un discurso atrapado, enjaulado, como denegación que rompe a hablar. Esa lectura pide a su vez lectura, aproximación. El juego del poema se parece así al de la caza, la desnudez que se ofrece y enseguida se oculta, el cazador que sigue y es seguido. Mirar y ser mirado. La mirada en Sobras es todo lenguaje precisamente porque no lo es. Es un lenguaje (in)significante, esquizoide (personajes se interpelan en el poema), que alterna la confesión con la confrontación. El poema es el no-lugar, un tránsito, algo a lo que no hay que llegar.


Tun. tun.tun.tun.tun.tun. tun.tun.tun
Tun. tun. tun. tun. tun.tun.tun.tun.
Tun. tun. tun. tun…
Glenn, corres demasiado
Aún no he comprendido ese pasaje y tu grito
Tu silla rota
Mátame
Mátame
Mátame
Glenn mata a esta
Glenn mata a mí
Glenn me mata
Glenn a mí me mata
Glenn mata a Maite
Glenn mata a esta nadie

(Quede un espacio aquí para lo que se quiera)

(p.16)


LA ZONA ABISAL

Los poemas de Sobras –que pueden leerse como un único poema largo, sostenido– son en apariencia intentos, juegan a la dispersión, la reiteración, la enumeración ilógica y la yuxtaposición. Emplean el lenguaje interrumpido de la memoria puesta a discutir con otras voces, consigo misma. El balbuceo, la glosolalia, configuran un lenguaje que cuestiona la validez del propio lenguaje, algo así como un "a-logos" (olvidar lenguas maternas, p.46) que se mueve bien en esta zona abisal. Las imágenes dislocadas se suceden como una sesión de hipnosis, a borbotones, conformando una memoria de la memoria, un relato simbólico donde se trocea el yo, disuelto en un mundo igualmente disperso y troceado.

Más que fragmentación, hay que hablar de descomposición. Una fractura creadora: tortugamente (p.23), arrumacarnos (p.46), marmorir (p.47), impasado (p.77). Un vacío que habla. El espacio en blanco y la indeterminación (aquí, así, esto) construyen igual que la palabra, ponen al descubierto las fallas de un logos incapacitado que finalmente estalla en una multiplicidad de voces encontradas.

Decíamos que la mirada en Sobras es todo lenguaje. Pues bien, también hay que decir que la voz en Sobras es toda mirada:

Aquí
Aquí, aquí
Aquí, aquí, aquí
Aquí, aquí, aquí, aquí
Aquí, aquí, aquí, aquí, aquí
Aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí
Aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí
Aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí
Aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí
Aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí
Aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí,
Aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí,
Aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí,
Aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí,
Aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí,

(p.26)

Lo visual se da la mano con lo sonoro: un ritmo musical sostiene estos poemas. Canciones con estribillo punk, repeticiones obsesivas, caóticas (Y corro / Y me corro / Y corro / Y corro entre los fantasmas […] Y veo a mi madre / Y corro / Y me corro / Con mis botas lamo las calles / Con mis botas lamo tu cuerpo… p.32) para una violencia que hace dialogar el centro y las afueras. El trazo negro (centro, logos, palabra) y el espacio en blanco (espacio, afuera, indeterminación, nada). Pensar cómo sería si lo que significara fuera el blanco que rodea al negro de las palabras. Fuera del centro es donde está el centro: los márgenes son el centro.


EL SUJETO DESDOBLADO

Maite Dono (des)compone en Sobras un collage en poemas desconcertantes, entre lo subversivo, la iconoclasia y el sufrimiento. Y todo al final para hablar de amor, ese “bicho álgido”, sin renunciar a un lirismo casi desesperado y a una belleza turbadora:

La visión de dos árboles entrelazados, derramándose uno
En el otro
Muriendo uno en el otro
Es todo lo que busco
Así de sencillo

(p.52)

Dime a dónde voy
Y si amar no es una pérdida de tiempo
(p.99)

Seré siempre un diecinueve de zapato
También en el parque hay niños demasiado solos
Hay niños que masturban a los gorriones
Con deditos de lana
(p.20)

Pero no de cualquier forma. Llama la atención el desdoblamiento del yo, su radical heteronomía que lo convierte en rehén de sí mismo. Perseguido, hostigado y enjaulado, apenas si acierta a articular un lenguaje donde no se sienta sometido. Este lenguaje en su descomposición adquiere nuevos significados. Una palabra repetida una y otra vez se convierte en muchas palabras. La palabra “palabra”: ¿qué es? Si no me sirve, no vale nada. La doblo con las manos y con la lengua de las manos y ya sirve. ¿De qué? De nada.

(Soneto do animalbicho)

Solasolasolasolasolasola
Solasolasolasolasolasola
Solasolasolasolasolasola
Solasolasolasolasolasola

Solasolasolasolasolasola
Solasolasolasolasolasola
Solasolasolasolasolasola
Solasolasolasolasolasola

Solasolasolasolasolasola
Solasolasolasolasolasola
Solasolasolasolasolasola

Solasolasolasolasolasola
Solasolasolasolasolasola
Solasolasolasolasolasola

(p.68)

Se trata también de un yo rehén de su temporalidad: Avanzar al pasado (p.76), Quiere reconstruir mentalmente la cadera del pasado, (p.77). Ir hacia delante es ir hacia atrás. Cuanto más retrocedo, más avanzo. La pregunta es: ¿dónde llegar? ¿Hay un destino? ¿O el destino es aquí: una circularidad?

Un yo pasivo, receptor, femenino: Jugué a ser la mujer resignada (p.93); También recuerdo que me acarició el ojo derecho / con su asquerosa polla cobarde (p.93). Un yo sometido a vejaciones y con una decidida voluntad de ocupar el lugar de abajo, el de la humillación, la cosificación, el ser-objeto. Llevado al extremo, su voluntad es la desaparecer: O ver desaparecer el bosque como un ensalmo / Ella en él (p.103). Crear un bosque que nos contenga y hacerlo desaparecer.

Un yo escondido en las “limitrofías” y, lo que es más importante, privado de palabra. De ahí la identificación con el animal, con su lugar, es decir, su no-lugar:

Auhhh!!!!!
El grito de un perro magullado lleno de pus
Soy un perro
Soy un perro
Soy un puto perro y como mierda de perro
Me gusta la mierda
Comemierda
Comemierda
[…]

(p.89)

Pero este lenguaje del animal, como decía Heidegger “pobre en mundo”, se revela iluminado y hace a ese estar-abajo fecundo. El sujeto, que se nombra perrapoet, se presenta desde lugares no habituales. No la erección, el estar de pie, sino el “debajo de”, la animalidad, el sometimiento. Paradójicamente, pues el animal ha sido desde siempre desprovisto de respuesta, la animalidad supone, más allá de la denuncia de sometimiento, una apertura al otro. Una desnudez que apela directamente a la otredad, sin lenguaje, como veremos más adelante, por la emoción.

Es un yo como mancha: Donde yo no mire florecerán los lirios (p.94), También maté a un pollo porque lo amaba demasiado (p.94). Un yo que debe castigarse (Me odio, p.92) y estirarse para comprobar sus límites. El sometimiento ha hecho su trabajo: la mujer ya sufre la mancha, el pecado original:

En la celebración de mi útero
Pagando en libras de sangre
Manchándole el sofá francés a las damas remilgadas
Jodiéndolo todo
Me despierto
En mi braga, un apasionado mapa
De la Isla sur de Nueva Zelanda

(p.98)


NO HAY NADIE

Este romanticismo como presentación, exhibición o confesión del yo, muestra una necesidad de respuesta. Una desesperación por derribar el automatismo del diálogo ficticio según el cual, al no existir reacción, al no haber respuesta, tampoco hay que responder ante nadie y el discurso puede así ser un no-discurso, una denegación, porque no hay nadie:

Lo que amo demasiado no manifiesta su existencia
O es sólo ramaje

(p.96)

Pero esta soledad –casi ontológica– se sirve de la página en blanco para mitigarse. En la sección final “Those final creatures”, el yo parece por fin ubicarse con cierta comodidad entre sus iguales: criaturas de papel, igual de frágiles y semiocultas tras los barrotes de una “jaula dorada”. Desde dentro, el más leve gesto puede desencadenar una catástrofe interior. Por eso el yo se confiesa: Soy emoción / Soy la erección de una emoción, (p.109). Es interesante señalar aquí que el sujeto se ha erigido, se ha puesto en pie, –en contraste con el anterior “debajo de”– toma altura y compostura humana gracias, y esto es significativo, a la emoción.

El sujeto se define por su hipersensibilidad ante un mundo que le ha maltratado. Y por su capacidad de entrega absoluta, hasta el punto de la auto-aniquilación. Esta confesión de raíz romántica permite conocer un fondo de mayor calado: el Siento, luego existo (p.111), o el Atrás la cabeza, delante el alma (p.112), es una propuesta de ética anticartesiana, antilogocentrista. Un trabajo de éxtasis y de sublimación, de una violencia catártica, un verdadero vaciado emocional y cultural: el yo se mira en un espejo y ve palabras sin sentido, es un ser-palabra en un no-lugar y ama los restos, las sobras.


DENTRO Y FUERA

Este sujeto que se confiesa “ama de nada” prefiere situarse en los márgenes, en un “detrás de”, en una espera. Premeditar un abandono, anticipar los restos de lo que aún no es. El frío, la nieve, se instala dentro porque fuera aún no es. Como aún no es fuera, hay una intemperie dentro, un abandono a uno mismo, a nuestro rigor. Una rotura donde no existe el romperse, pues nadie atestigua siquiera con su ausencia lo que es. La dialéctica dentro-fuera vuelve a cobrar fuerza y al mismo tiempo a no tenerla. Sencillamente son piezas intercambiables. El dentro está fuera y el fuera está dentro. Todo es intemperie. “Haz todo de mí” (p.105) dice el sujeto. Solicita una presencia que la construya y la destruya. Me construyes porque me destruyes. Haciéndome me deshaces. En esta lucha, en esta necesidad, habría que entender el amor a las sobras como un ejercicio de esperanza, una apuesta a doble o nada en la que “la emoción debería destruirte, o instruirte un poco más".

P. Qué le gustaría plantar si aún no lo ha hecho?
R. Un poema hermoso, uno, por si fructificase

(p.114)


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